RITO DE LA COMUNIÓN
Oración dominical
145. Una vez depositados el cáliz y la patena sobre el altar, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
O bien:
Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente la oración que Cristo nos enseñó:
O bien:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado; digamos con fe y esperanza:
O bien:
Antes de participar en el banquete de la Eucaristía, signo de reconciliación y vínculo de unión fraterna, oremos juntos como el Señor nos ha enseñado:
Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
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En latín:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificétur nomen tuum;
advéniat regnum tuum;
fiat volúntas tua, sicut in caelo, et in terra.
Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie;
et dimítte nobis débita nostra,
sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris;
et ne nos indúcas in tentatiónem;
sed líbera nos a malo.
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146. Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
Junta las manos.
El pueblo concluye la oración aclamando:
Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.
Rito de la paz
147. Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice en voz alta:
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles:
«La paz os dejo, mi paz os doy»;
no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia
y, conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad.
Junta las manos.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
El pueblo responde:
Amén.
148. El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, extendiendo y juntando las manos, añade:
La paz del Señor esté siempre con vosotros.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
149. Luego, si se juzga oportuno, el diácono, o el sacerdote, añade:
Daos fraternalmente la paz.
O bien:
Como hijos de Dios, intercambiad ahora
un signo de comunión fraterna.
O bien:
En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz,
daos la paz como signo de reconciliación.
O bien:
En el Espíritu de Cristo resucitado,
daos fraternalmente la paz.
Y todos, según la costumbre del lugar, intercambian un gesto de paz, de comunión y de caridad. El sacerdote da la paz al diácono o al ministro.
Fracción del pan
150. Después toma el pan consagrado, lo parte sobre la patena, y pone una partícula dentro del cáliz, diciendo en secreto:
El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo,
unidos en este cáliz,
sean para nosotros alimento de vida eterna.
151. Mientras tanto, se canta o se dice:
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo,
danos la paz.
Esta aclamación puede repetirse varias veces, si la fracción del pan se prolonga. La última vez se dice: danos la paz.
Comunión
152. A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:
Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo,
que, por voluntad del Padre,
cooperando el Espíritu Santo,
diste con tu muerte la vida al mundo,
líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre,
de todas mis culpas y de todo mal.
Concédeme cumplir siempre tus mandamientos
y jamás permitas que me separe de ti.
O bien:
Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre
no sea para mí un motivo de juicio y condenación,
sino que, por tu piedad,
me aproveche para defensa de alma y cuerpo
y como remedio saludable.
153. El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena o sobre el cáliz, hacia el pueblo, dice con voz clara:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.
154. El sacerdote, hacia el altar, dice en secreto:
El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.
Después toma el cáliz y dice en secreto:
La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo.
155. Después toma la patena o la píxide, y se acerca a los van a comulgar. Muestra el pan consagrado a cada uno, sostieniéndolo un poco elevado, y le dice:
El Cuerpo de Cristo.
El que va a comulgar responde:
Amén.
Y comulga.
El diácono y los ministros que distribuyen la sagrada Comunión, lo realizan de la misma manera.
156. Si se comulga bajo las dos especies, se observa el rito descrito en su lugar (cf. OGMR, nn. 284-287).
157. Cuando el sacerdote ha comulgado el Cuerpo de Cristo, comienza el canto de comunión.
158. Finalizada la comunión, el sacerdote, el diácono, o el acólito, purifica la patena sobre el cáliz y también el cáliz.
Mientras hace la purificación, el sacerdote dice en secreto:
Haz, Señor,
que recibamos con un corazón limpio
el alimento que acabamos de tomar,
y que el don que nos haces en esta vida
nos aproveche para la eterna.
159. Después el sacerdote puede volver a la sede. Si se considera oportuno, se puede dejar un breve espacio de silencio sagrado o entonar un salmo o algún cántico de alabanza.
Oración después de la comunión
160. Luego, de pie en el altar o en la sede, el sacerdote, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración después de la comunión, al final de la cual, el pueblo aclama:
Amén.
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La oración después de la comunión termina con la conclusión breve, que el sacerdote dice con las manos juntas.
Si la oración se dirige al Padre:
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Si la oración se dirige al Padre, pero al final de la misma se menciona al Hijo:
Él, que vive y reina por los siglo de los siglos.
Si la oración se dirige al Hijo:
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
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