Ritual de exequias (extracto) - Esquemas de lecturas por temas y circunstancias

ESQUEMAS DE LECTURAS DE LECTURAS POR TEMAS Y CIRCUNSTANCIAS


ESQUEMAS DE LECTURAS
POR TEMAS Y CIRCUNSTANCIAS


1. En la muerte de un presbítero

Monición

La vida de los presbíteros debe ser una entrega a Cristo y a la salvación de los hombres. Cada día se va consumiendo como holocausto en unión con el sacrificio de Cristo (1.ª lect. A.T.). Se va forjando así una identificación tal con el Señor, que nada podrá romperla (1.ª lect. N.T.). La misma muerte se hace también ofrenda para la vida eterna de los que un día estuvieron confiados a los cuidados del pastor (Ev.).

Sab 3, 1-9: Los aceptó como sacrificio de holocausto.

     O bien:

Rom 8, 31b-35. 37-39: ¿Quién nos separará del amor de Cristo?

Sal 22. R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.

Jn 12, 23-28: Si el grano de trigo, da mucho fruto.

2.- En la muerte de un/a religioso/a

Monición

La vida religiosa es en el mundo un signo de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo (1.ª lect.). El religioso (la religiosa) sigue la forma de vida que el Hijo de Dios propuso como camino más perfecto para llegar al encuentro definitivo con el Señor, para el que ha debido mantenerse vigilante y con la lámpara encendida (Ev. Mt). El salmo canta la alegría del que ha llegado a la meta.

Ap 21, 1a. 6b-7: Un cielo nuevo y una tierra nueva.

Sal 121 R/. ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!

Mt 25, 1-13: Que llega el esposo, salid a su encuentro.

     O bien:

Jn 14, 1-6: Yo soy el camino y la verdad y la vida.

Monición

El religioso (la religiosa), especialmente cuando ha gastado su vida en el amor a los demás, imitando a Cristo pobre y miseri­cordioso (Ev. Mt 5), sabe que le espera la recompensa prome­tida a quien en los hermanos sirvió al propio Señor (Ev. Mt 25). En él (ella), el don del Espíritu fructifica en la plenitud de la con­dición de hijo de Dios (1.ª lect. Rom). Gracias al amor, empezó a pasar en este mundo de la muerte a la vida (1ª lect. 1 Jn). Dios mismo será su premio (salmo).

Rom 8, 14-23: Aguardando la redención de nuestro cuerpo.

     O bien:

1 Jn 3, 14-16: Hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.

Sal 62 R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Mt 5, 1-12a: Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

     O bien:

Mt 25, 31-46: Venid vosotros, benditos de mi Padre.

3.- En la muerte de un párvulo bautizado

Monición

El niño (la niña), cuya muerte lloramos, recibió en el bautismo la semilla de la vida eterna, que no llegó a desarrollar, pero que lo (la) incorporó a Cristo para siempre (1ª lect.). Con él (ella) Cristo habrá cumplido su palabra (Ev.), de manera que este niño (esta niña) estará asociado (asociada) al coro de los ángeles que alaban al Señor eternamente (salmo).

Rom 6, 3-4. 8-9: Incorporado a Cristo por el bautismo, vivirá con él.

Sal 148. R/. Alaben el nombre del Señor.

Jn 6, 37-40: Ésta es la voluntad de mi Padre: que no pierda nada de lo que me dio.

Monición

La muerte de un niño es una hora particularmente dolorosa para sus padres, como lo fue para María la muerte de Jesús en la cruz (Ev.). Sin embargo, el niño, bautizado, es santo e irreprochable ante Dios (1ª lect.). Dios lo habrá recogido con la ternura que siente hacia todos sus hijos. Levantemos hacia él nuestra alma (salmo).

Ef 1, 3-5: Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos.

Sal 24. R/. A ti, Señor, levanto mi alma.

Jn 19, 25-30: Ahí tienes a tu madre.

4.- En la muerte de un párvulo no bautizado

Monición

La muerte de Cristo en la cruz, gesto supremo de solidaridad con todos los que mueren a causa del pecado por el que entró en el mundo la muerte, ampara verdaderamente a todos (Ev.). Su muerte supuso una victoria sobre el mayor enemigo de nuestra felicidad. Confiemos en su voluntad universal de sentar a todos los hombres a su mesa en el banquete eterno (1ª lect. y salmo).

Is 25, 6a. 7-8b: El Señor aniquilará la muerte para siempre.

Sal 24. R/. A ti, Señor, levanto mi alma.

Mc 15, 33-46: Jesús, dando un grito, expiró.

Monición

En momentos como este, solo cabe esperar en silencio la salvación de Dios, es decir, meditando y recordando que la misericordia divina es inagotable (1ª lect.). Jesús, revelación del amor misericordioso del Padre, invita a acudir a él para encontrar la paz y el consuelo (Ev.). Los que confían en él no quedan defraudados (salmo).

Lam 3, 17-26: Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

Sal 24. R/. Los que esperan en ti, Señor, no quedan defraudados.

Mt 11, 25-30: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

5.- En una muerte que deja un gran vacío

Monición

La fe que nos reúne ante esta muerte nos ofrece el consuelo de saber que el mismo Hijo de Dios sufrió, para salvarnos, la muerte más desgarradora (Ev.). De él viene la salvación para todos aquellos que la esperan y están unidos a él por al sacramento del bautismo (1ª lect. A.T. y N.T.). Desde lo más profundo de nuestro dolor, esperemos en la palabra del Señor (salmo).

Lam 3, 17-26: Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

     O bien:

Rom 6, 3-9: Nuestra existencia está unida a él.

Sal 129. R/. Espero en el Señor, espero en su palabra.

Jn 19, 17-18. 25-39: Inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

6.- En la muerte de un padre (madre) de familia

Monición

Vivir para los demás es una forma de dar la vida por amor. Dar la vida es encontrarla (1ª lect.). En nuestro dolor, acudamos a Cristo (Ev.). y levantemos nuestra mirada hacia él (salmo).

1 Jn 3, 14-16: En esto hemos conocido el amor.

Sal 24. R/. A ti, Señor, levanto mi alma.

Mt 11, 25-30: Venid a mi todos los que estáis cansados.

Monición

La muerte de un padre (una madre), especialmente cuando es joven, produce una sensación de abandono y de angustia, simi­lares a las que experimentó el mismo Jesús en la cruz (Ev.). Sin embargo, la esperanza cristiana no defrauda, porque el amor puesto por Dios en el corazón del padre (de la madre) subsistirá y seguirá siendo fuente de vida para sus hijos (1ª lect.). Estos han de confiar en el Señor (salmo).

Rom 5, 5-11: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.

Sal 142. R/. Señor, escucha mi oración.

Mc 15, 33-39; 16, 1-6: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

7.- En una muerte por accidente

Monición

La muerte, en determinadas circunstancias, resulta especialmente provocadora. A pesar de ello, el creyente intenta sobreponerse porque espera alzarse sobre el polvo el día de la resurrección (1ª lect.). El mismo Jesús experimentó todo el desgarramiento de una muerte violenta en la soledad de la cruz (Ev.). A veces, no nos queda otra cosa que gritar al Señor, para que nos escu­che (salmo).

Job 19, 1. 23-27b: Yo sé que mi redentor vive.

Sal 142. R/. Señor, escucha mi oración.

Lc 23, 44-49: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

8.- En una muerte por homicidio o atentado

Monición

Envueltos en un mar de preguntas y de sentimientos contradictorios, nos disponemos a escuchar la palabra divina. Esta palabra contiene una llamada a la esperanza en la resurrección futura de los que han muerto (1ª Iect. A.T.); una invitación a alejar de nosotros el odio, que es una forma de homicidio (1ª lect. N.T.); y la proclamación de la inocencia del Hijo de Dios que, para redimirnos, aceptó la muerte en la cruz (Ev.).

Dan 12, 1-3: Los que duermen en el polvo de la tierra despertarán.

     O bien:

1 Jn 3, 14-16: El que no ama permanece en la muerte.

Sal 142. R/. Señor, escucha mi oración.

Lc 23, 44-49: Realmente, este hombre era justo.

9.- En una muerte por presento suicidio

Monición

Desconcertados y doloridos por esta muerte, quizás nosotros también interpelamos al Señor como un día hizo Marta a Jesús (Ev.). Pero la muerte está ligada a nuestra condición pecadora que se resiste a desaparecer (1ª lect. Rom 5). Jesús nos responde: «Si crees, verás la gloria de Dios», es decir, verás que el destino final es la vida y la resurrección (Ev. y 1ª lect. Rom 14). Quizás, en estos momentos, no podamos hacer otra cosa que llamar al Señor desde lo más profundo de nuestra pena (salmo).

Rom 5, 17-21: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

     O bien:

Rom 14, 7-9. 10b-12: Ya vivamos ya muramos, somos del Señor.

Sal 129. R/. Desde lo hondo a ti grito, Señor.

Jn 11, 32-38. 40: Si crees verás la gloria de Dios.


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