Misal Romano - Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación II

PLEGARIA EUCARÍSTICA SOBRE LA RECONCILIACIÓN II

La Reconciliación con Dios, fundamento de la concordia humana

Esta plegaria eucarística forma un todo con su prefacio, el cual nunca puede cambiarse. Por consiguiente, no puede decirse cuando está prescrito un prefacio propio. En los otros casos puede decirse, incluso cuando las rúbricas prescriban un prefacio del tiempo.

V/. El Señor esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.

V/. Levantemos el corazón
R/. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V/. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R/. Es justo y necesario.

Te damos gracias,
Dios nuestro y Padre todopoderoso,
por medio de Jesucristo, nuestro Señor,
y te alabamos por la obra admirable de la redención.

Pues, en una humanidad dividida
por las enemistades y las discordias,
tú diriges las voluntades
para que se dispongan a la reconciliación.

Tu Espíritu mueve los corazones
para que los enemigos vuelvan a la amistad,
los adversarios se den la mano
y los pueblos busquen la unión.

Con tu acción eficaz consigues
que las luchas se apacigüen
y crezca el deseo de la paz;
que el perdón venza al odio
y la indulgencia a la venganza.

Por eso,
debemos darte gracias continuamente
y alabarte con los coros celestiales,
que te aclaman sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.

El sacerdote, con las manos extendidas, dice:

A ti, pues, Padre,
que gobiernas el universo,
te bendecimos por Jesucristo, tu Hijo,
que ha venido en tu nombre.

Él es la palabra que nos salva,
la mano que tiendes a los pecadores,
el camino que nos conduce a la paz.

Dios, Padre nuestro,
nos habíamos apartado de ti
y nos has reconciliado por tu Hijo,
a quien entregaste a la muerte
para que nos convirtiéramos a tu amor
y nos amáramos unos a otros.

Por eso,
celebrando este misterio de reconciliación,
te rogamos 

Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice:

que santifiques con el rocío de tu Espíritu estos dones, 

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente, diciendo:

para que sean el Cuerpo y  la Sangre de tu Hijo,
mientras cumplimos su mandato.

Junta las manos.

En las fórmulas que siguen, las palabras del Señor han de pronunciarse con claridad, como lo requiere la naturaleza de éstas.

Porque él mismo,
cuando iba a entregar su vida
por nuestra liberación,
estando sentado a la mesa, 

Toma el pan y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue:

tomó pan en sus manos,
dando gracias, te bendijo,
lo partió
y lo dio a sus discípulos, diciendo:

Se inclina un poco.

Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo,
que será entregado por vosotros.

Muestra el pan consagrado al pueblo, lo deposita luego sobre la patena y lo adora haciendo genuflexión.

Después prosigue: 

Del mismo modo, aquella noche, 

Toma el cáliz y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue:

tomó el cáliz,
y, proclamando tu misericordia,
lo pasó a sus discípulos, diciendo:

Se inclina un poco.

Tomad y bebed todos de él,
porque éste es el cáliz de mi Sangre,
Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada por vosotros
y por todos los hombres
para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.

Muestra el cáliz al pueblo, lo deposita luego sobre el corporal y lo adora haciendo genuflexión.

Luego dice una de las siguientes fórmulas:

1

Éste es el Sacramento de nuestra fe.

o bien:

Éste es el Misterio de la fe.

Y el pueblo prosigue, aclamando:

Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!

2

Aclamad el Misterio de la redención.

Y el pueblo prosigue, aclamando:

Cada vez que comemos de este pan
y bebemos de este cáliz,
anunciamos tu muerte, Señor,
hasta que vuelvas.

3

Cristo se entregó por nosotros.

Y el pueblo prosigue, aclamando:

Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.

Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice:

Señor, Dios nuestro,
tu Hijo nos dejó esta prenda de su amor.
Al celebrar, pues, el memorial
de su muerte y resurrección,
te ofrecemos lo mismo que tú nos entregaste:
el sacrificio de la reconciliación perfecta.

Acéptanos también a nosotros, Padre santo,
juntamente con la ofrenda de tu Hijo,
y en la participación de este banquete
concédenos tu Espíritu,
para que desaparezca todo obstáculo
en el camino de la concordia
y la Iglesia resplandezca en medio de los hombres
como signo de unidad
e instrumento de tu paz.

Que este Espíritu, vínculo de amor,
nos guarde en comunión
con el Papa N.
y nuestro Obispo N. 

Puede hacerse también mención del los obispos coadjutores o auxiliares y, en las concelabraciones, del Obispo que preside la celebración.

con los demás Obispos y todo tu pueblo santo.

Recibe en tu reino a nuestros hermanos
que se durmieron en el Señor
y a todos los difuntos cuya fe sólo tú conociste.
Así como nos has reunido aquí
en torno a la mesa de tu Hijo,
unidos con María, la Virgen Madre de Dios,
y con todos los santos,
reúne también a los hombres
de cualquier clase y condición,
de toda raza y lengua,
en el banquete de la unidad eterna,
en un mundo nuevo
donde brille la plenitud de tu paz,

Junta las manos.

Por Cristo, Señor nuestro.

Toma la patena, con el pan consagrado, y el cáliz y, sosteniéndolos elevados, dice:

Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.

El pueblo aclama:

Amén.

Después sigue el rito de la comunión.

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