Misal Romano - Ordinario de la Misa (III)

Ordinario de la Misa

LITURGIA EUCARÍSTICA 

19. Acabada la Liturgia de la palabra, los ministros colocan en el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el misal; mientras tanto puede ejecutarse un canto adecuado. 

20. Conviene que los fieles expresan su participación en la ofrenda, bien sea llevando el pan y el vino para la celebración de la eucaristía, bien aportando otros dones para las necesidades de la Iglesia o de los pobres. 

21. El sacerdote se acerca al altar, toma la patena con el pan y, manteniéndola un poco elevada sobre el altar, dice en secreto:

Bendito seas, Señor, Dios del universo, 
por este pan,
fruto de la tierra y del trabajo del hombre, 
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos;
él será para nosotros pan de vida.

Después deja la patena con el pan sobre el corporal.

Si no se canta durante la presentación de las ofrendas, el sacerdote puede decir en voz alta estas palabras; al final el pueblo aclama:

Bendito seas por siempre, Señor. 

22. El diácono, o el sacerdote, echa vino y un poco de agua en el cáliz, diciendo en secreto:

El agua unido al vino 
sea signo de nuestra participación en la vida divina 
de quien ha querido compartir nuestra condición humana. 

23. Después el sacerdote toma el cáliz y, manteniéndolo un poco elevado sobre el altar, dice en secreto:

Bendito seas, Señor, Dios del universo, 
por este vino, 
fruto de la vid y del trabajo del hombre, 
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; 
él será para nosotros bebida de salvación.

Después deja el cáliz sobre el corporal.

Si no se canta durante la presentación de las ofrendas, el sacerdote puede decir en voz alta estas palabras; al final el pueblo puede aclamar:

Bendito seas por siempre, Señor. 

A continuación, el sacerdote, inclinado, dice en secreto:

Acepta Señor, nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde; 
que éste sea hoy nuestro sacrificio 
y que sea agradable en tu presencia, 
Señor, Dios nuestro. 

24. Y, si se juzga oportuno, inciensa las ofrendas y el altar. A continuación el diácono o un ministro inciensa al sacerdote y al pueblo. 

25. Luego el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto:

Lava del todo mi delito, Señor,
limpia mi pecado.

26. Después, de pie en el centro del altar y de cara al pueblo, extendiendo y juntando las manos, dice una de las siguientes fórmulas:

Orad, hermanos, 
para que este sacrificio, mío y vuestro, 
sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.

O bien:

En el momento de ofrecer
el sacrificio de toda la Iglesia, 
oremos a Dios, Padre todopoderoso.

O bien:

Orad, hermanos,
para que, llevando al altar
los gozos y las fatigas de cada día 
nos dispongamos a ofrecer el sacrificio
agradable a Dios, Padre todopoderoso.

El pueblo responde:

El Señor reciba de tus manos este sacrificio, 
para alabanza y gloria de su nombre, 
para nuestro bien 
y el de toda su santa Iglesia. 

27. Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas.

La oración sobre las ofrendas termina siempre con la conclusión breve.

Si la oración se dirige al Padre:

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Si la oración se dirige al Padre, pero al final de la misma se menciona al Hijo:

Él, que vive y reina por los siglo de los siglos.

Si la oración se dirige al Hijo:

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

El pueblo aclama:

Amén.

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