Leccionario III (impar) - Martes de la IV semana del tiempo ordinario

Tiempo Ordinario

MARTES DE LA IV SEMANA
DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA
Heb 12, 1-4
Corramos, con constancia, en lo carrera que nos toca 

Lectura de la carta a los Hebreos.

HERMANOS:
Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial 
Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32 (R/.: cf. 27b)
R/.   Te alabarán, Señor, los que te buscan.

        V/.   Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
                Los desvalidos comerán hasta saciarse,
                alabarán al Señor los que lo buscan:
                ¡Viva su corazón por siempre!   R/.

        V/.   Lo recordarán y volverán al Señor
                hasta de los confines del orbe;
                en su presencia se postrarán
                las familias de los pueblos.
                Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
                ante él se inclinarán los que bajan al polvo.   R/.
       
        V/.   Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
                hablarán del Señor a la generación futura,
                contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
                «Todo lo que hizo el Señor».    R/.



Aleluya
Mt 8, 17
R/.   Aleluya, aleluya, aleluya.

V/.  Cristo tomó nuestras dolencias
       y cargó con nuestras enfermedades.   R/.

EVANGELIO
Mc 5, 21-43
Espíritu inmundo, sal de este hombre
Lectura del santo Evangelio según san Marcos.

EN aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando:
«Con solo tocarle el manto curaré».
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
«Quién me ha tocado el manto?».
Los discípulos le contestaban:
«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “Quién me ha tocado?”».
Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los píes y le confesó toda la verdad.
Él le dice:
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña. 

Palabra del Señor.

© Conferencia Episcopal Española

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