Leccionario III (par) - Viernes de la XXXI semana del Tiempo Ordinario

Tiempo Ordinario

VIERNES DE LA XXXI SEMANA
DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA
Flp 3, 17-4, 1
Aguardamos un Salvador; él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.

HERMANOS, sed imitadores míos y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros.
Porque —como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos— hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; solo aspiran a cosas terrenas.
Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.
Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial 
Sal 121, 1bc-2. 3-4ab 4cd-5 (R/.: cf. 1bc)
R/.   Vamos alegres a la casa del Señor.

        V/.   ¡Qué alegría cuando me dijeron:
                 «Vamos a la casa del Señor»!
                 Ya están pisando nuestros pies
                 tus umbrales, Jerusalén.   R/.
                 
        V/.   Jerusalén está fundada
                 como ciudad bien compacta.
                 Allá suben las tribus,
                 las tribus del Señor.   R/.

        V/.   Según la costumbre de Israel,
                 a celebrar el nombre del Señor;
                 en ella están los tribunales de justicia,
                 en el palacio de David.   R/.


Aleluya
1 Jn 2, 5
R/.   Aleluya, aleluya, aleluya.

V/.   Quien guarda la Palabra de Cristo,
        ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.   R/.

EVANGELIO
Lc 16, 1-8
Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite».
Él le dijo:
«Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él dijo:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo y escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz».

Palabra del Señor.

© Conferencia Episcopal Española

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