Diurnal - Textos comunes para el Tiempo de Cuaresma hasta el sábado de la semana V

Tiempo de Cuaresma

I. TEXTOS COMUNES
PARA EL TIEMPO DE CUARESMA
HASTA EL SÁBADO DE LA SEMANA V

Vísperas 

HIMNO 

I

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande;
su caridad, infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo,
el Dios que nos justifica!» Amén.


II

Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.

Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!...).
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. Amén.

III

¿Para qué los timbres de sangre y nobleza?
     Nunca los blasones
fueron lenitivo para la tristeza
     de nuestras pasiones.
¡No me des coronas, Señor, de grandeza!

¿Altivez? ¿Honores? Torres ilusorias
     que el tiempo derrumba.
Es coronamiento de todas las glorias
     un rincón de tumba.
¡No me des siquiera coronas mortuorias!

No pido el laurel que nimba el talento,
     ni la voluptuosas
guirnaldas de lujo y alborozamiento.
     ¡Ni mirtos ni rosas!
¡No me des coronas que se lleva el viento!

Yo quiero la joya de penas divinas
     que rasga las sienes.
Es para las almas que tú predestinas.
     Sólo tú la tienes.
¡Si me das coronas, dámelas de espinas! Amén.

Invitatorio 

Antífona 

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió. 

O bien: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

El salmo invitatorio como en el Ordinario. 

Laudes 

HIMNO 

I

     Éste es el día del Señor. 
     Éste es el tiempo de la misericordia. 

Delante de tus ojos 
ya no enrojeceremos 
a causa del antiguo 
pecado de tu pueblo. 
arrancarás de cuajo 
el corazón soberbio 
y harás un pueblo humilde 
de corazón sincero. 

En medio de las gentes, 
nos guardas como un resto 
para cantar tus obras 
y adelantar tu reino. 
Seremos raza nueva 
para los cielos nuevos; 
sacerdotal estirpe, 
según tu Primogénito. 

Caerán los opresores 
y exultarán los siervos; 
los hijos del oprobio 
serán tus herederos. 
Señalarás entonces 
el día del regreso 
para los que comían 
su pan en el desierto. 

¡Exulten mis entrañas! 
¡Alégrese mi pueblo! 
Porque el Señor que es justo 
revoca sus decretos: 
La salvación se anuncia 
donde acechó el infierno, 
porque el Señor habita 
en medio de su pueblo.

II

En tierra extraña peregrinos, 
con esperanza caminamos, 
que, si arduos son nuestros caminos, 
sabemos bien a dónde vamos. 

En el desierto un alto hacemos, 
es el Señor quien nos convida, 
aquí comemos y bebemos 
el pan y el vino de la Vida. 

Para el camino se nos queda 
entre las manos, guiadora, 
la cruz, bordón, que es la venera 
y es la bandera triunfadora. 

Entre el dolor y la alegría, 
con Cristo avanza en su andadura 
un hombre, un pobre que confía 
y busca la Ciudad futura. Amén. 

III

Llorando los pecados 
tu pueblo está, Señor. 
Vuélvenos tu mirada 
y danos el perdón. 

Seguiremos tus pasos, 
camino de la cruz, 
subiendo hasta la cumbre 
de la Pascua de luz. 

La Cuaresma es combate; 
las armas: oración, 
limosnas y vigilias 
por el reino de Dios. 

«Convertid vuestra vida, 
volved a vuestro Dios, 
y volveré a vosotros», 
esto dice el Señor. 

Tus palabras de vida 
nos llevan hacia ti, 
los días cuaresmales 
nos las hacen sentir. Amén.

IV

Sólo para los sábados:

Dame tu mano, María, 
la de las tocas moradas; 
clávame tus siete espadas 
en esta carne baldía. 
Quiero ir contigo en la impía 
tarde negra y amarilla. 
Aquí, en mi torpe mejilla, 
quiero ver si se retrata 
esa lividez de plata, 
esa lágrima que brilla. 

¿Dónde está ya el mediodía 
luminoso en que Gabriel, 
desde el marco del dintel, 
te saludó: «Ave, María»? 
Virgen ya de la agonía, 
tu Hijo es el que cruza ahí. 
Déjame hacer junto a ti 
ese augusto itinerario. 
Para ir al monte Calvario, 
cítame en Getsemaní. 

A ti doncella graciosa, 
hoy maestra de dolores, 
playa de los pecadores, 
nido en que el alma reposa, 
a ti, ofrezco, pulcra rosa, 
las jornadas de esta vía. 
A ti, Madre, a quien quería 
cumplir mi humilde promesa. 
A ti, celestial princesa, 
Virgen sagrada María. Amén. 

Hora intermedia

HIMNO 

Pastor, que con tus silbos amorosos 
me despertaste del profundo sueño; 
tú, que hiciste cayado de ese leño 
en que tiendes los brazos poderosos.

Vuelve los ojos a mi fe piadosos, 
pues te confieso por mi amor y dueño, 
y la palabra de seguir empeño 
tus dulces silbos y tus pies hermosos. 

Oye, pastor, que por amores mueres, 
no te espante el rigor de mis pecados, 
pues tan amigo de rendidos eres. 

Espera, pues, y escucha mis cuidados. 
Pero ¿cómo te digo que me esperes, 
si estás, para esperar, los pies clavados? Amén. 

Para la Hora intermedia, pueden decirse también los himnos que se hallan en el Ordinario.

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