INTRODUCCIÓN GENERAL
I
LA SANTIDAD EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
Vocación universal de los hombres a la santidad
1. Dios Padre quiere que todos los hombres, creados a su divina imagen (cf. Gn 1, 26-27), se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1Tm 2, 4) que es el Señor Jesucristo, camino de los hombres hacia el Padre (cf. Jn 14, 6). Por eso, todos, en primer lugar los fieles cristianos de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad favorece también en la sociedad terrena un estilo de vida más humano [1].
2. Más aún, Dios Padre, al renovar todas las cosas en Cristo (cf. Ef 1, 10), ha manifestado su voluntad, que es la santificación de los hombres (cf. 1Ts 4, 3) y que se aumenta más y más cada día en la vida de los cristianos por Cristo, con Cristo y en Cristo [2], para la mayor gloria de la única e indivisible Trinidad y para una más fecunda santidad de la Iglesia [3].
3. Y puesto que él es santo (cf. 1P 1, 16), para que todos se hagan uno en Cristo Jesús (cf. Jn 11, 51-52), los liberó del poder de las tinieblas y los trasladó al reino del Hijo de su amor, y los hizo partícipes de su santidad por la fuerza del Espíritu Santo, para alabanza de la gloria de su gracia (cf. Ef 1, 6. 12).
La santidad en el misterio de Cristo
4. El Señor Jesucristo, Hijo de Dios, Maestro y modelo, que con el Padre y el Espíritu es aclamado (4) « el solo santo » y es la fuente de toda santidad y origen de las virtudes, predicó a todos y cada uno de sus discípulos la santidad de la vida de la que él mismo es su autor y consumador: « Vosotros, pues, sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial » (Mt 5, 48) [5]. En el mismo misterio del Padre, que es Cristo, el Espíritu Santo, mediante el bautismo, confirma a los fieles cristianos con la comunión de todos los santos y los anima en la carrera emprendida para alcanzar la corona de la gloria que no se marchita (cf. 2Tm 4, 7-8; 1Co 9, 25; Ap 2, 10) [6]. Los mismos fieles en Cristo Jesús se esfuerzan en imitar al Salvador siguiendo su consejo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16, 24; cf. Mc 8, 34; Jn 12, 26); de tal modo que, fortalecidos en la fe, la esperanza y la caridad, encuentren por los hermanos que ya viven en Cristo el modo de realizar los misterios de la salvación y reciban el estímulo de sus ejemplos insignes o se encomienden a la ayuda permanente de su piadosa intercesión [7].
La santidad en la vida de la Iglesia
5. Dios Padre, mediante el testimonio admirable de los santos, fecunda sin cesar a la Iglesia con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de su amor [8].
También Cristo, el Señor, ama a la Iglesia como esposa suya, se entregó a sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5, 25-26), la unió a sí mismo como a su Cuerpo y la llenó del don de la santidad para gloria de Dios [9].
El mismo Espíritu Santo anima al Cuerpo de Cristo para que de él reciba la santidad y con él haga billar el reino de la verdad y de la vida, es decir, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz [10]; en él todos los fieles pasan de la esclavitud de la corrupción a la gloriosa libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 21).
6. Por eso, la Iglesia es a la vez santa y necesita siempre ser purificada [11]; a ella, sin embargo, está llamada en Cristo toda la humanidad, para que también en ella, por la gracia de Dios omnipotente, goce de la compañía de los santos hasta que su comunión gloriosa en Cristo llegue a la culminación en el final de los tiempos. Esta misma Iglesia, Madre Santa, no cesa de procurar con esmero que los fieles cristianos fomenten la vocación a la santidad y consigan llegar a ella. Concretamente y, sobre todo, dadas las circunstancias de este tiempo de nueva evangelización, es de capital importancia la orientación de todo el itinerario pastoral hacia esa misma santidad, que no ha de considerarse como exclusivo camino extraordinario de unos pocos, sino como propósito de todos los fieles cristianos hacia la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad [12].
II
LA MEMORIA O VENERACIÓN DE LOS SANTOS
La memoria de Cristo en la vida de los santos
7. El Padre, lleno de bondad, que por medio de su Hijo amado no sólo es el creador del género humano sino también «el bondadosísimo Redentor» [13], con la ayuda del Espíritu Santo ofrece a cada fiel cristiano, con la ayuda del Espíritu Santo, el ejemplo de vida de los santos, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino [14].
8. La Iglesia confiesa a la Trinidad admirable en los mismos santos, que hacen visible a todos los hombres la presencia viva del Salvador y la naturaleza genuina de la Iglesia, como imágenes de la santidad divina, de la que brotan aquellas obras de los santos que, al mismo tiempo, proclaman las maravillas de Cristo [15].
9. Toda celebración litúrgica de los santos ofrecida en la vida de la Iglesia por su propia naturaleza se dirige a Cristo y termina en él, «corona de todos los santos» [16], y por él, en el Espíritu Santo, al Padre, que es admirable en sus santos y es glorificado en ellos (cf. 2Ts 1, 10) [17].
10. La vida de los santos en el correr de los tiempos, como continuación y memoria de la vida de Cristo, resplandece en este siglo, como muestra de su misma gloriosa resurrección [18], y en la gloria de los cielos; y se propone a los fieles cristianos como una estrella difiere de otra estrella por su resplandor (cf. 1Co 15, 40-41): «todo pasa, perdura la gloria de los santos en Cristo, que todo lo renueva, mientras él permanece» [19].
11. Por eso la celebración litúrgica de los santos no tanto tiene como fin el proponer a los fieles los ejemplos de los santos para su imitación, sino, sobre todo, que se fortalezca en el Espíritu la unión de la Iglesia entera (cf. Ef 4, 1-6). Pues así como la comunión de los que vamos de camino nos lleva más cerca de Cristo, la comunión con los santos nos une con él, de quien como fuente y cabeza dimana toda gracia y la vida misma del pueblo de Dios [20].
12. Por este motivo, el día del tránsito de esta vida al consorcio eterno de los santos se apoya en la vida de Cristo, esto es, en su Misterio Pascual, y con razón se denomina y es su “día natalicio”, el conmemorado, según costumbre, en la Sagrada Liturgia.
El culto de los santos
13. La Iglesia peregrina ya desde los primeros tiempos de su vida honró con su celebración a los apóstoles y a los mártires de Cristo, que con la efusión de su sangre, a imitación del Salvador paciente en la cruz, dieron el supremo testimonio de su fe y de su amor (cf. Ap 22, 14) [21].
14. Por eso, la Iglesia venera a los santos de acuerdo con la genuina tradición [22] y recomienda la peculiar y filial veneración de los fieles a la Bienaventurada siempre Virgen María, Madre de Dios, a la cual Cristo constituyó Madre de todos los hombres; asimismo, promueve el culto verdadero y auténtico a los demás santos [23].
15. Sólo es lícito venerar con culto público a aquellos siervos de Dios que hayan sido incluidos por la autoridad de la Iglesia en el catálogo de los santos o de los beatos [24]. Se veneran sus reliquias auténticas y sus imágenes, porque el culto de los santos en la Iglesia proclama las maravillas de Cristo en sus siervos y ofrece a los fieles ejemplos adecuados, dignos de imitación [25].
16. En cuanto a los santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, a los Ángeles Custodios y a los innumerables coros de los Ángeles que están en la presencia de Dios para servirle de día y de noche, contemplando sin cesar la gloria de su rostro [26], y cuyos nombres sólo él conoce, a éstos solamente se les tributa el culto que está admitido en los libros litúrgicos y en la auténtica tradición de la Iglesia.
La comunión de los santos realizada en la Liturgia
17. En la Sagrada Liturgia, la Iglesia entera celebra la alabanza de la divina majestad en común alegría [27] . Pues todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu y forman una misma Iglesia, en él permanecen unidos entre sí (cf. Ef 4, 16).
18. De lo cual se sigue que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella misma presenta a Dios aquí en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación [28]. Los fieles, imitándolos, se esfuerzan en ayudarse siempre mutuamente, mientras, en el camino hacia el Padre, siguen las huellas de Cristo. E igualmente, contemplando su vida en Cristo, en ellos buscan luz para descifrar los misterios de Dios. Porque en la vida de los santos, que, partícipes de nuestra humanidad, se van no obstante perfeccionando más y más a imagen de Cristo (cf. 2Co 3, 18), muestra vivamente Dios su presencia y su rostro a los hombres. En ellos nos habla él mismo y nos ofrece un signo de su Reino [29]. Lo cual se hace especialmente patente en aquellos santos que, dotados con peculiares dones del Espíritu Santo, brillaron por la excelencia no sólo de su vida sino también de su doctrina. Lo cual ha de entenderse, no exclusivamente de la ciencia teológica, sino también de esa “ciencia del amor” que, merced a la iluminación del Espíritu Santo, nace de la experiencia de los misterios de Dios [30].
19. Por la intercesión de los santos, en Cristo, eterno y sumo sacerdote (cf. Hb 3, 1; 4, 14; 5, 10; 7, 26; 9, 11), mediador entre Dios y los hombres (cf. 1Tm 2, 5), cuando se realiza la celebración litúrgica se aumenta más y más cada día la comunión eclesial. Esto ocurre, sobre todo, en la celebración de la Eucaristía, en la que con mayor razón, al dar gracias la Iglesia entera, se une en comunión con los moradores del cielo, venerando la memoria de todos los santos [31]; y ocurre también al celebrar la Liturgia de las Horas, en la cual es perenne la alabanza a la Santísima Trinidad por medio de los santos.
III
EL MARTIROLOGIO ROMANO
Índole y naturaleza litúrgica del Martirologio
20. En el transcurso de los siglos, el Martirologio, cuya naturaleza litúrgica se va clarificando progresivamente, ha sido incluido entre los libros para las celebraciones litúrgicas que tributan con la dignidad conveniente el culto a la Santísima Trinidad.
21. Las relaciones entre los más antiguos calendarios litúrgicos y el Martirologio, añadidas las oportunas indicaciones prácticas de las mutuas conexiones entre ellos y las celebraciones de los divinos misterios, han ido creciendo sensiblemente hasta el carácter que hoy tienen, donde la finalidad y el uso preferentemente litúrgico son evidentes.
La reforma del Martirologio
22. El Martirologio ha sido renovado muchas veces en el transcurso de los siglos y en este momento es urgente su reforma por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II, al mismo tiempo que la promulgación de los otros libros litúrgicos reformados, para que el mismo Martirologio, previa la debida investigación histórica, esté de nuevo en coherencia con los demás libros del Rito Romano.
23. El catálogo de los santos y de los beatos en el Martirologio, pues a unos y otros, santos y beatos de los que se ha tratado en el núm. 15 , se refiere, por una inveterada costumbre tradicional, responde al curso del año civil desde el mes de enero hasta el de diciembre, como en el Calendario Romano, aunque de ningún modo por eso se pretende minusvalorar el curso del año litúrgico.
La estrecha relación del Martirologio con los libros litúrgicos
24. La celebración litúrgica, como manifestación y actualización del amor de la Iglesia a Jesucristo, su Esposo, cuyo misterio total desentraña y rememora a lo largo del año, también se ocupa del culto de los santos. Pues éstos, que por la multiforme gracia de Dios fueron llevados a la perfección y ya han alcanzado la salvación eterna, cantan a Dios en el cielo una alabanza perfecta e interceden, preferentemente por los fieles cristianos, pero también por todos los hombres. Debido a esto, el misterio de Cristo y el culto a los santos se unen mutuamente, hasta tal punto que en la liturgia de la Iglesia existen relaciones entre el Martirologio y los demás libros litúrgicos utilizados para la celebración del misterio de Cristo, en la cual se encuentran también los santos.
25. Por esta causa, la Iglesia, para que las festividades de los santos no prevalezcan sobre las celebraciones que conmemoran los misterios mismos de la Salvación, con el catálogo de los santos y beatos ofrece unas normas, en virtud de las cuales sus memorias pueden celebrarse en días determinados [32].
26. Está claro que además de las solemnidades y fiestas de los santos, así como de las memorias obligatorias, por causa justa también pueden celebrarse en las ferias que lo admitan las memorias libres con su propia categoría, así como el Oficio y la Misa de un Santo inscrito ese día en el Martirologio Romano o en un Martirologio Propio, o sea, en el Apéndice propio debidamente aprobado [33].
Es lícito, por tanto, rendir culto a cualquier santo o beato que esté inscripto en el Martirologio.
El catálogo de los santos en el Martirologio
27. El Martirologio, que se ha considerado como un libro litúrgico, no se propuso ofrecer una exhaustiva enumeración de todos los santos y beatos, ni extensos elogios de los mismos de donde pudieran sacarse o derivar tratados edificantes de ascética, o una historia de la Iglesia como familia de los santos, nación santa, adquirida por Dios (cf. 1P 2, 9; 1Ts 5, 9-10; 2Ts 2, 13).
28. El Martirologio nos ofrece, en primer lugar, la enumeración de las memorias de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios; en segundo término, la de los Ángeles, y finalmente la de los fieles cristianos que en nuestros días reciben culto, bien sea en la Iglesia universal, en las particulares o en cualquier familia religiosa; pero no ofrece un catálogo completo de todos cuantos gozan de la eterna visión beatífica de Dios [34].
29. Por esta razón, el Martirologio Romano incluye a los santos inscritos en el Calendario Romano cuando tienen una importancia universal en toda la Iglesia del Rito Romano, y también a otros muchos, pero no a todos de entre aquellos que han sido más estimados en cada Iglesia particular o familia religiosa y se conmemoran en cualquiera de las categorías litúrgicas. Cada caso particular o local conmemorativo de santos antiguos, así como de todos los beatos, desde la Edad Media hasta el día de hoy, se señala con su correspondiente asterisco (*), siguiendo el orden cronológico de santos y beatos conmemorados en el día.
IV
USO DEL MARTIROLOGIO
La celebración de los santos o beatos
30. Según lo dicho anteriormente en el núm. 26, la Misa, y también el Oficio de un Santo inscrito en el Martirologio Romano o en un propio del Martirologio debidamente aprobado, se puede celebrar con dicha causa el día en que está inscrito su nombre, en las ferias en que se admite la celebración de una memoria libre [35].
En este caso, para la Misa y la Liturgia de las Horas, se hace uso de los textos de los correspondientes "Comunes", de acuerdo con las diferentes categorías de bienaventurados.
31. De este modo, la celebración de un beato inscrito en el Martirologio, o en un Propio del Martirologio, ha de limitarse a la diócesis, nación o territorio más amplio, o a la familia religiosa a la que lo haya concedido la Sede Apostólica [36].
32. Es conveniente que cada diócesis o familia religiosa tenga su Calendario Propio [37] , y que cada una de las Conferencias de los Obispos haga Calendarios Propios para cada nación o, juntamente con otras Conferencias, un Calendario de más amplia jurisdicción; todos ellos deben estar en la debida coherencia con el Martirologio Romano y han de ser aprobados o confirmados por la Santa Sede.
33. Pero si el día natalicio de un santo o de un beato indicado en el Martirologio está impedido todos los años por otra celebración de grado superior, ese santo o beato puede conmemorarse en los Calendarios Propios en un día libre próximo o, si es el caso, en otra fecha que por alguna razón le sea propia, como, por ejemplo, el día de su descubrimiento, del levantamiento de su cadáver o del traslado de su cuerpo, o el día de la canonización o beatificación, aunque esto ordinariamente ha de considerarse como menos conveniente [38]. Si esto ocurriere, en la lectura del Martirologio empléese una de las fórmulas propuestas más abajo, pág. 34, núm. 12 .
34. Cualquiera de los santos inscritos en el Martirologio Romano puede elegirse como titular de una Iglesia. Mas, si se trata de un beato, es necesario pedir permiso a la Sede Apostólica [39], a no ser que el mismo beato esté ya debidamente inscrito en el Calendario de la diócesis o nación [40].
Lectura del Martirologio
35. Los elogios de los santos de cualquier día han de leerse siempre el día precedente.
36. Es loable que la lectura del Martirologio se haga en el coro, pero también se puede hacer fuera de él.
37. Al leer el Martirologio, obsérvese el orden que se encuentra más abajo.
V
LOS PROPIOS DEL MARTIROLOGIO
38. Cada una de la diócesis, nación o familia religiosa puede confeccionar el Propio del Martirologio o Apéndice del mismo, en el que se han de incluir los santos o beatos inscritos en el Calendario Propio que no estén en el Martirologio Romano, o se celebren en distinto día, o se conmemoren con otra categoría, o cuyo elogio parezca conveniente ampliar un poco. Este Propio ha de enviarse a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para obtener la revisión, aprobación o confirmación.
39. Esos elogios ampliados no deben componerse simplemente según el género literario de “Vidas” o “Leyendas”, sino en lo posible han de resaltar la victoria pascual de Cristo en sus siervos y poner de relieve ante los fieles [41] el carisma distintivo que se atribuye a cada uno [42]. Además, siempre se ha de observar estrictamente la fidelidad a la historia y no se han de admitir elementos homiléticos o para “edificación”, ni que pasen los elogios de unas cuarenta palabras.
Siempre el estilo de los elogios ha sido sobrio y breve, aunque no pocas veces se ha alejado de la realidad histórica, la cual ha sido suplida muchas veces por pintorescas leyendas. Felizmente la actual versión del Martirologio, igualmente sobrio y breve, adolece de estos dos últimos errores.
VI
ADAPTACIONES QUE COMPETEN A LAS CONFERENCIA DE LOS OBISPOS
40. Corresponde a la Conferencias de los Obispos preparar las traducciones del Martirologio Romano a las lenguas vulgares, observando minuciosamente la integridad y la fidelidad, teniendo en cuenta las notas características del género literario.
41. Al editar el Martirologio, conviene poner los elogios de cada día que se han de considerar propios de la nación o territorio por concesión de la Santa Sede en el primer lugar, después de los elogios que pertenecen a celebraciones inscritas en el Calendario General e imprimiéndolos en los mismos caracteres. Y los elogios propios de la región o de la diócesis tengan siempre su puesto en Apéndice particular. Según las normas del derecho, el texto de cualquier edición de la Conferencia de los Obispos ha de ser aprobado y revisado por la Sede Apostólica. Esto vale también, con las debidas variantes, para cualquier familia religiosa.
42. Al preparar las ediciones hay que distinguir claramente entre las traducciones del Martirologio Romano, que deben ser íntegras, y las colecciones parciales que, seleccionadas del mismo para el uso pastoral, no deben destinarse a la liturgia.
_____________________________
[1] Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 40.
[2] Cf. MISAL ROMANO, doxología de las Plegarias Eucarísticas.
[3] Cf. CONC. EC. VATIC. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 47.
[4] Cf. MISAL ROMANO, himno Gloria in excelsis.
[5] Cf. CONC. EC VATIC.. II , Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 40; ORÍGENES, Commentarium in Romanos, 7, 7 (PG 14, 1122 B); Ps.-MACARIO, De Oratione, 11 (PG 34, 861AB); STO. TOMÁS DE AQUINO, Summa Teol. II-II, 9, 184, a. 3.
[6] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio I de los Santos.
[7] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio II de los Santos.
[8] Ibíd.
[9] Cf. CONC. EC. VATIC. II , Const. Dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 39.
[10] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio de Jesucristo, Rey del Universo.
[11] Cf. MISAL ROMANO, Ordinario de la Misa: Profesión de la fe; CONC. EC. VATIC. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 8.
[12] Cf. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo Millennio ineunte, 6 de enero de 2001, núm. 30: AAS 93 (2001), pág. 267.
[13] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio común III.
[14] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio I de los Santos.
[15] Cf. CONC. EC. VATIC. II , Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, núm. 111.
[16] Cf. LITURGIA DE LAS HORAS, Preces en la solemnidad de Todos los Santos.
[17] CONC. EC. VATIC. II , Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 50.
[18] Cf. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Dies Domini, 31 de mayo de 1998, núm. 78: AAS 90 (1998), pág. 761.
[19] Cf. SAN PAULINO DE NOLA, Carmina, XIV, 3-4: CSEL 30, 67.
[20] Cf. Papa PÍO XII, Carta Enc. Mediator Dei: AAS39 (1947), págs. 581-582.
[21] CONC. EC. VATIC. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 50.
[22] CONC. EC. VATIC. II , Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, núm. 111.
[23] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1186.
[24] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1187.
[25] Cf. CONC. EC. VATIC. II , Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, núm. 111; cf. también Código de Derecho Canónico, cans. 1188-1190.
[26] Cf. MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística IV, Prefacio.
[27] Cf. MISAL ROMANO, Prefacios, repetidas veces .
[28] Cf. 1Co 12, 12-27; CONC. EC. VATIC.. II , Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 49.
[29] CONC. EC. VATIC. II , Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, núm. 50.
[30] Cf. JUAN PABLO II , Carta Apostólica Divini amoris scientia: Santa Teresa del Niño Jesús y del Santo Rostro, proclamada Doctora de la Iglesia universal, núm. 7: AAS 90 (1998), pág. 936; y CONC. EC. VATIC. II , Const. dogm. de la divina revelación Dei Verbum, núm. 8.
[31] Cf. MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística I o Canon Romano, Reunidos en comunión.
[32] Cf. Conc. Ec. Vatic. II , Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium , núm. 111.
[33] Cf. Ordenación General de la Liturgia de las Horas, núms. 244-239; SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Instrucción Sobre los Calendarios particulares, núms. 8-10: AAS 62 (1970), págs. 653-654.
[34] Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm. 316.
[35] Cf. Ordenación general del Misal Romano, núm. 316 [355]; Ordenación general de la Liturgia de las Horas, núm. 244.
[36] Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Instrucción Sobre los Calendarios particulares, núms. 8-9: AAS 62 (1970), págs. 653-654.
[37] Normas Universales sobre el Año Litúrgico y sobre el Calendario, núms. 48-55; SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Instrucción Sobre los Calendarios particulares, del día 24 de junio 1970, núms. 1-9, 12: AAS 62 (1970), págs. 651-654.
[38] Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Instrucción Sobre los Calendarios particulares, núm. 21: AAS 62 (1970), pág. 656.
[39] Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Instrucción Sobre los Calendarios particulares, núm. 34: AAS 62 (1970); PONTIFICAL ROMANO, Ritual de las dedicaciones de una Iglesia o un altar, edición típica, 1977, capítulo II, núm. 4.
[40] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, notificación sobre la dedicación o bendición de una Iglesia en honor de algún Beato, día 28 de noviembre de 1998: Notitiæ 34 (1998), pág. 664.
[41] Cf. CONC. EC. VATIC. II , Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, núm. 92.
[42] Ibíd., núm. 111.
[43] Ver pág. 29.
[44] Una vez computada la parte íntegra en la relación con el año del que interesa encontrar los elementos y el 19, el número áureo se deduce restando de aquel mismo año, añadido uno, la antedicha íntegra, multiplicada diecinueve veces.
[45] Computado el total resultante por la multiplicación entre el número áureo del año, del que interesa encontrar la epacta, y el 11, desde ahora hasta el año 2099, la epacta se encuentra: a) si el total de la multiplicación es mayor de trece, añadiendo uno al resto del cociente íntegro, que de aquella misma suma resulta, deduciendo trece, dividido por treinta; b) pero si es menor de trece, añadiendo uno al total antedicho de la multiplicación, añadiendo treinta y restando trece (o añadiendo 18 al total de la multiplicación). Desde el año 2100 hasta el 2199, en lugar de los números trece y uno, se tendrán que emplear catorce y dos, respectivamente.
[46] Donde la solemnidad de la Ascensión del Señor no es fiesta de precepto, se le asigna como día propio el domingo VII de Pascua.
[47] Donde la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo no es fiesta de precepto, se le asigna como día propio el domingo siguiente a la Santísima Trinidad.
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